Esta mañana he ido de paseo y al supermercado con los niños (ya tienen 15 meses, están para comérselos, ¡de verdad!). En la cola, se me ponen a hablar un par de señoras, y las dos concluyen lo mismo: “hi ha que veure, lo que ajuden ara els homens a les seues dones amb els fills” (“hay que ver lo que ayudan ahora los hombres a sus mujeres con los hijos”). Ésta es una de esas situaciones que me encantan para poder provocar un poco y sacar mi lado más feminista. Pero hoy se hacía tarde para comer y me he limitado a sonreír, agradecer y seguir a casa.

niños

¿Que qué le habría dicho a estas señoras? Probablemente, como en otras ocasiones, les habría respondido con un “disculpe señora, pero no, ni ayudo ni pienso ayudar a mi mujer con los hijos”. Y pasaría a explicarle cuál es mi punto de vista al respecto.

Antes de tener hijos yo nunca he sido de esas parejas o maridos que ayudan a su mujer con las tareas de casa. Pero es que mi mujer tampoco me ha ayudado nunca. Y cuando llegaron los hijos las cosas siguieron más o menos igual: ni le he ayudado con la casa ni ahora con los hijos. Habrá alguno que aún no haya pillado de qué va la cosa y esté pensando maravillas sobre mí y apiadándose de mi mujer (¡pobrecita, menudo le ha tocado!). No, yo no ayudo a mi mujer con los niños porque no puedo ayudar a alguien con algo que es mi entera responsabilidad.

Los hijos, al igual que las tareas domésticas, no son el patrimonio de nadie: ni pertenecen a la mujer ni pertenecen al hombre. Son responsabilidad de ambos. Por este motivo me llega a ofender cuando, de modo muy bienintencionado (soy consciente) me halagan con “lo mucho que ayudo a mi mujer”. Como si no fueran mis hijos o no fuera mi responsabilidad. Hago, con mucho esfuerzo y mucho gusto ni más ni menos que aquello que me corresponde. Al igual que mi mujer. Y por mucho que me esfuerce nunca podré llegar a hacer tanto y tan bien como hace ella.

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